23/2/18

De vuelta al puerto

 Por: Guido Sánchez Santur
 Este año he retomado mis viajes, aquellos que me hacen comprender mejor la vida, el mundo, la sociedad y la esencia del ser humano. Como dice la escritora Flavia Company, “los viajes se parecen mucho al viaje interior, son procesos de aceptación, relación, introspección, silencio y conocimiento de los limites propios y ajenos. Son una escuela de aprendizaje respecto de uno mismo, de enfrentarse a lo que no quieres; asumir, integrarte, luchar contra el hábito y esas creencias que son tan dañinas”. Y lo más interesante es que “para irse de un lugar antes hay que volver”.
Eso estoy haciendo ahora, empecé por retornar al pueblo de mi niñez y adolescencia, y que nunca deja de sorprenderme: Puerto Ciruelo (Huarango, San Ignacio, Cajamarca). Han pasado casi 35 años que lo dejé, mis vueltas esporádicas no pasaron de dos días. Esta vez me quedé 10 y caminé esas calles polvorientas antes, ahora encementadas (las dos principales: Comercio y El Triunfo), su mercado renovado, nuevas tiendas comerciales bien surtidas, como expresión de su crecimiento y desarrollo.
El puente sobre el río Chinchipe, inaugurado hace tres años por el presidente Ollanta Humala, ha facilitado el acceso de todo tipo de vehículos y su conexión con Huarango, Huarandoza, La Lima, etc.; pero también desplazó a los botes con motores fuera de borda en los que cruzábamos de una orilla a la otra, no queda ninguno ni siquiera para pasear. La balsa cautiva que pasaba los carros, yace ladeada y olvidada en la arena. Como si presagiara su triste final, cuando el mandatario iba a participar en la colocación de la primera piedra del inicio de la obra, se inclinó y dejó caer tres vehículos que literalmente se los tragó el caudaloso torrente.
Aparte de esas anécdotas, su economía se aceleró, la plaza de exhibición y venta de ganado vacuno continúa congregando a comerciantes de la costa, el campo deportivo que estaba cerca al mercado fue traslado al otro extremo, junto al camal, en la salida a Cigarro de Oro, donde todas las tardes se libran encendidos encuentros de fulbito, con apuesta de por medio.
Las gentes no son las mismas, la gran mayoría son me son extrañas y los chicos que corrían desnudos a la playa o que cargaban agua desde el río con sus baldes o galoneras sostenidas con sus ganchos de madera y alambre, ahora son adultos, padres de familia.
Los personajes referentes son otros: Segundo Guerrero (El Chergo) falleció el año pasado, Antonio Bravo y David Chanta se le adelantaron mucho antes. Son contados los viejos amigos y/o conocidos con quienes me encuentro y saludo efusivamente: Cosme Medina, Cipriano Bravo, David Guerrero, Horacio Zelada (Pepinillo), Neptalí Córdova López (Pancho Loco), Marcos Castañeda, todos con las cicatrices de los años vividos, pero con la misma sonrisa, la carcajada, seriedad o bromas recurrentes me recuerdan en gran sentido del humor de mi padre, Segundo Sánchez Chimbo.
Los estilos de vida han cambiado. La instalación del agua potable les alivió los días a los chicos aguateros. Los silos fueron reemplazados por el alcantarillado, cada dos días un volquete recorre las calles recogiendo la basura. Con la energía eléctrica llegó la televisión por cable, la telefonía celular y la internet que entretiene a los muchachos. Los niños, adolescentes y jóvenes aparecen por todos lados conduciendo motocicletas lineales o mototaxis, parece la plaga de los zancudos que nunca se extingue.
Pese a todo, a partir de las 5 de la tarde varias personas, con toalla al cuello, aún se desplazan al río para bañarse, como en los tiempos de mi niñez; del mismo modo las mujeres, con su tina sostenida en la cabeza o bajo el brazo llegan a lavar su ropa en la orilla. Estampas genuinas que siguen impregnadas en mi retina.
Mientras me readapto, acompaño a mi madre a darle de comer a sus gallinas y pavos con los que está tan encariñada como con sus nietos; siembro algunos plantones frutales para diversificar el naranjo, el noni, la lima y el limón que reverdecen su huerto.
Al caer la tarde me aparto para escuchar el arrullador trino de las aves y a medida que la noche extiende su manto, el río acentúa su acompasado sonido que produce la corriente, como si estuviera saliéndose de su cauce y eso inquieta a cualquier forastero. Y la noche también llega con su comparsa de zancudos que nos apura a refugiarnos bajo el mosquitero. Estos mosquitos abundan a causa de los cultivos de arroz próximos al pueblo, además del río y la quebrada.

El dato
Puerto Ciruelo debe su nombre a la abundancia de plantaciones de ciruelo en cuando llegaron los primeros fundadores, pero con el paso del tiempo son pocas las que quedan y no porque las hayan cultivado, sino porque de puro tercas siguen brotando en los huertos, caminos y chacras. 

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